sábado, 11 de diciembre de 2010

La Cara de Argentina

Los usuarios del foro 4chan agarraron la seria cara de nuestro Sol de Mayo y se la pusieron a muchas otras imágenes... Muy gracioso. Acá van las que más me gustaron:





















lunes, 6 de diciembre de 2010

Demolición ilegal en Arribeños 2421

El miércoles 1 de diciembre noté de una demolición ilegal en proceso en Arribeños 2421, barrio de Belgrano. Llamé al Gobierno de la Ciudad a hacer la denuncia (el formulario online de denuncias del Gobierno de la Ciudad no está disponible), denunciando que no había cartel de obra, y que unas maderas que sujetaban la entrada podrían caer. La chica que me atendió me dijo que hiciera dos denuncias; una por falta de cartel de obra, denuncia 1347940/10, y otra por Instalaciones Provisorias, denuncia 1347943/10.

El día Viernes 3 me llega un email del Gob. de la Ciudad diciendo que se cerraba la denuncia de instalaciones precarias y se juntaban ambas denuncias en la 1347940/10, la de falta de cartel. Es decir, ellos me dicen que haga dos denuncias, y luego me las unen (!).

El mismo día me dirijo al lugar para contar con material fotográfico de la ilegalidad, pero como el formulario online del GCBA no funciona, las subo acá para que se difunda.







Como si fuera poco, esta demolición se lleva a cabo al lado de otra demolición, cuyo cartel de obra está precariamente sujetado por unas maderas:





Lo más curioso de todo esto, es que el Gobierno de la Ciudad hace unos meses impulsa la metodología del Vecino Vigilante, donde incentiva a los vecinos de la ciudad a sacar fotos de autos cometiendo infracciones o personas cometiendo ilegalidades, pero cuando se trata de una demolición ilegal, y de instalaciones que pueden caer y matar o lastimar a alguien, el formulario online para subir el registro fotográfico de tales situaciones ni siquiera funciona.

Se agradece difusión.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Juan Domingo Canabiri

A mediados de Enero yo llegaba a Chile con el fin de hacer un artículo sobre los inmigrantes peruanos en ese país para la revista en la que trabajo. Para recoger testimonios me acerqué a Plaza de Armas, la plaza principal de Santiago, que es el lugar donde los inmigrantes peruanos suelen reunirse para buscar trabajo. Entre los peruanos a los que entrevisté, me aproximo a uno que se niega a darme una nota. Raúl se llamaba. “No, es que los medios acá nos pintan de forma horrible”, me dice. Pero luego reconoce mi acento argentino, y me dice “Ah, preguntale a él, ahí tienes un compatriota”.

Un poco alejado del grupo en el que estaba Raúl estaba un chico de piel más morena que el resto, un marrón ocre brillante. Me acerco y le pregunto si le puedo hacer unas preguntas. “No, yo no estoy bien”, me responde. Le pregunto si se siente mal, si le duele algo, a lo que me responde que no, “que estaba mal psicológicamente”. “¿Qué te pasó?”- le pregunto. “Es que acá hay mucho maltrato, mucha discriminación”, me dice. Reticente a hablar conmigo, lo convenzo de que me deje hacerle un par de preguntas y lo empiezo a grabar. “¿De dónde sos?” – “Ituzaingó, Corrientes”, me responde patinando la erre. “¿Cómo te llamás?” – “Juan Domingo”. “¿Apellido?” – “Canabiri”. “¿Es guaraní?”, le pregunto, a lo que me aclara que no, que sus padres son aborígenes de Salta. “¿Por qué elegiste venir a Chile?” – “Vine de vacaciones”, responde.

Juan Domingo llevaba trabajando largo tiempo en una finca de tomates en Salta, y había ahorrado algo de plata para tener las primeras vacaciones en su vida; cruzaría la cordillera para finalmente conocer el mar. Había comprado un pasaje de ida a Santiago, y desde ahí se fue a Viña del Mar (120 kilómetros hacia la costa), donde pasaría año nuevo y luego volvería a Salta. Tenía todo su dinero calculado para emprender la vuelta la primera semana de enero. El 5 de enero Juan estaba disfrutando el mar chileno en una playa viñamarina como lo venía haciendo ya un par de días. Al día siguiente ya se iba a comprar el pasaje de vuelta a Argentina. En un descuido, confiado en que las personas alrededor suyo le iban a cuidar sus cosas, se mete al mar, pero al volver su dinero ya no estaba; había perdido los cerca de mil pesos que le quedaban. Para su suerte su DNI lo tenía en una bolsita adentro de su traje de baño, junto con 5 mil pesos chilenos. Con esos 5.000 pesos se compró el pasaje a Santiago, donde pensaba pedir ayuda a la embajada Argentina.

“¿Dónde te estás quedando?”, le pregunto. “Bueno, no tengo dinero para un hospedaje”, me dice. “¿Entonces?” – “En la calle. A la intemperie.”

En ese momento dejé de hacerle preguntas y le sugerí que fuera al Hogar de Cristo, de donde venía de hacer una entrevista al Padre Aguayo, a cargo del Servicio Jesuita a Migrante, ya que ahí acogían a inmigrantes sin techo. Le hice un mapa de cómo llegar, cuando recuerdo que tenía una amiga en el consulado Argentino en Valparaíso, Claudia, a la que llamo y le explico la situación. “Pero ese chico no puede estar así, no puede estar en la calle”, me dice, y me explica que lo que tenía que hacer era ir a la embajada y pedir un “repatrio”. Me da las indicaciones; iba a necesitar la constancia de la denuncia de hurto, la tarjeta de entrada al país, y que la policía testificara que estaba viviendo en la calle. La tarjeta de entrada la había perdido junto con el dinero, pero Juan me cuenta que ya había conseguido el duplicado en Policía de Investigaciones. Ya había hecho la denuncia en la comisaría, pero le habían dicho que no podían hacer nada. Sin embargo, me dice que conseguir la testificación de carabineros iba a ser fácil, ya que estaba durmiendo a metros de una garita con unos carabineros que ya lo conocían. Entonces nos faltaba sólo la constancia de la denuncia de hurto, que decido ayudarlo a hacer. Como no me ubico en Santiago, Raúl, el afroperuano que me había “presentado” a Juan Domingo, decide acompañarnos a la comisaría. Juan Domingo agarra su pequeña mochila negra, que junto con la fina frazada enrollada bajo de ella y una cantimplora metálica gris que colgaba de un costado, eran las únicas cosas que tenía.

Bajo el caliente sol de mediodía de verano santiaguino emprendimos camino, Raúl y yo íbamos adelante hablando, en tanto Juan iba tras nuestro, callado, todavía me tenía cierta desconfianza. Raúl me comentaba que era la primera vez que veía un argentino en Plaza de Armas, que los que iban a buscar trabajo allí eran en su gran mayoría peruanos, seguido por ecuatorianos, colombianos, brasileros o haitianos. También era la primera vez que oía de alguien que estaba durmiendo en la calle. “Lo que pasa es que los peruanos sabemos dónde ir, nos ayudamos”, me comenta. “Un día llegaron tres señoras al barrio y no tenían dónde quedarse. Tenían que ir a lo de una monja pero en esos momentos ella no estaba en Santiago. Y entonces, yo les di mi cuarto, se quedaron ahí, te imaginarás que yo no entraba porque eran señoras bastante grandes, y yo me fui por ahí hasta que encontraron a la monja”, me cuenta. Juan iba tras nuestro en silencio, respondiendo una que otra pregunta que le hacíamos. Luego de unas cuadras llegamos a la comisaría. Sacamos número. Las tres ventanillas donde se tomaban denuncias estaban ocupadas.

Luego de unos minutos una carabinera se desocupa y nos atiende. Juan Domingo hablaba muy bajito, hacia adentro y lento, por lo que en una porteñada le expliqué yo bien rápido la situación a la chica. Ella me dice que constancias sólo se pueden hacer por pérdida, que por hurto hay que hacer denuncia y la tendría que hacer en la jurisdicción donde sucedió el hecho, o sea, en Viña del Mar. Yo le digo que sólo necesita un papel “oficial” que acredite la pérdida para poder pedir el repatrio en la Embajada, pero me dice que eso no existe, que no se puede hacer. Entonces llamo a Claudia al consulado, para ver qué hacía. Pero el consulado ya había cerrado, sólo me quedaba comunicarme con el teléfono de urgencias que tienen. Llamo. Me contesta una chica chilena a la que le cuento la situación. Me dice que necesita la constancia. Le digo que no se puede hacer. Me lo dice de nuevo. Le respondo lo mismo. Mi lo dice de nuevo y la carabinera, que me veía discutir por teléfono, me pide hablar con ella para explicarle. Luego de una pequeña explicación/discusión entre ambas, vuelvo a hablar con la chica del teléfono de emergencia del consulado. “Bueno, entonces va a tener que venir a Viña a hacer la denuncia”, me dice. “Está durmiendo en la calle, comiendo con limosnas, ¿Cómo va a viajar para hacer una denuncia?”, le replico indignado. “¿No la pueden hacer ustedes? ¿Pueden hacer algo?”, le pregunto. Me dice que como ahora está en Santiago, me comunique con el consulado de Santiago.

Frustrado el trámite en la comisaría, volvemos hacia Plaza de Armas mientras consigo el número del consulado de Santiago. Me comunico y me contesta un hombre chileno al que le resumo la historia. “Ah sí, uno morenito” me dice. Ya lo conocían en el consulado, Juan Domingo me había contado que ya había ido pero no lo habían “podido” ayudar. Eso sí, le dejaban hacer llamadas a su familia en Salta. El señor me dice que él no puede hacer nada, que el consulado ya había cerrado, y él sólo hacía guardia. Me dice que llame mañana de mañana o que me comunique con el teléfono de emergencias. Me lo da, y llamo. Me contesta un señor chileno y le cuento los hechos. También lo conocía, de vista al menos. “Que vaya mañana al consulado”, me dice. “Lleva días yendo al consulado. Que vaya mañana significa que hoy de nuevo va a dormir en la calle”, le digo. “Mira, yo ahora estoy en mi casa ya, comiendo un asado, no puedo hacer nada”, me dice.

En esos momentos me preguntaba qué es una urgencia. ¿Que esté un Argentino durmiendo en la calle en un país que no es el suyo no es una urgencia? ¿Qué sería una urgencia? ¿Que muriese? ¿Para qué sirve este teléfono entonces?; esas preguntas giraban mi cabeza mientras volvíamos a Plaza de Armas. La única solución que me habían dado era que fuera al consulado mañana; Juan Domingo llevaba casi tres semanas durmiendo a 2 cuadras del consulado y yendo casi diariamente a pedir ayuda, sin respuesta alguna.
Eran ya las 3 de la tarde y Juan Domingo ya me conversaba más. Me decía que él creía que había un complot. Que estaban esperando que se vencieran los 3 meses que podía estar en Chile como turista para meterlo preso, o algo así. Raúl le decía que antes que se venciera su estadía buscara un trabajo para pagarse el pasaje a Argentina, que él le podía ayudar a conseguir trabajo en algún restaurant peruano, de lavacopas o algo así, para que reuniera dinero suficiente para volver a Argentina. Pero Juan Domingo ya había buscado trabajo. Había tratado de recolectar y vender cartones, pero no le funcionó, y luego de una ocasión donde fue maltratado por una mujer desistió de seguir recolectando.

Para ese entonces la única solución que me habían dado desde la Embajada Argentina en Santiago era que esperara un día más para ver si lo podían ayudar. Lo único que se me ocurrió sugerirle fue que pasara la noche en el albergue para migrantes del Hogar de Cristo. Llamo al Padre Aguayo, con quien había estado más temprano, pero estaba ocupado y no me podía atender. Me alcanza a decir que si lo llevaba al Hogar de Cristo lo iban a mandar a otro lugar, que no me alcanza a decir dónde es ni nada, por lo que lo único que me quedaba por hacer era llevarlo al Hogar de Cristo y después ver qué pasaba. Nos tomamos el subterráneo en dirección a Estación Central. Raúl nos acompaña a la estación y de ahí sigo viaje sólo con Juan Domingo. Empezamos a conversar. Me pregunta de dónde soy, le digo que vivo en Buenos Aires pero soy de Mar del Plata. “Ah, por eso no tenés tonada porteña”, me dice. Me cuenta que tiene amigos en Buenos Aires, en la Villa 31. Me cuenta de su trabajo en la finca, que había elegido el mar de Chile porque le quedaba más cerca que el Argentino. Acá había conocido el mar; antes sólo conocía el Río Paraná. Me cuenta que su plan era reunir dinero para comprar un pasaje a Los Andes, ciudad cordillerana cerca de la frontera con Argentina, y ahí ver cómo cruzar a Mendoza. Pero lo que reunía apenas le alcanzaba para comer.

En eso se me ocurre algo que no había pensado; comprarle yo el pasaje a Mendoza. De casualidad justo andaba con efectivo, la cantidad justa que sale un pasaje de Santiago a Mendoza. Le propongo la idea y a pesar de negarse al principio a aceptarla, accede luego, ya que desde Mendoza le iba a ser mucho más fácil volver a Salta y conseguir dinero. Tenía el duplicado de la entrada a Chile, así que salir no iba a ser un problema. Le compro el pasaje, que salía ese día en la noche. Llama a su familia –tenía los teléfonos anotados en un papelito adentro de su DNI, sólo recuerdo que el código de todos era 3878- y le doy algo de plata extra para que se compre algo de comer en el camino. Le anoto mis teléfonos, mi mail y dirección, para que me avise que llegó bien a Argentina. Nos despedimos, y muy afectivamente me agradece.

Pasaron días, semanas, meses desde ese día, el 20 de Enero del 2010. Juan Domingo Canabiri nunca me llamó, ni me escribió, quizás perdió el papel que le di. No pude saber si logró salir de Chile, si está en Salta, en Mendoza, o dónde. Lo único que sé es que la Embajada Argentina en Santiago de Chile no hizo nada por un Argentino que dormía a dos cuadras de la misma, que estaban conscientes de su situación, y aún así, no movieron ni un pelo. Que la palabra “Urgencia” para los funcionarios de los consulados Argentinos en Chile tiene un significado muy precario y que podrían explicar qué califica como una urgencia, y por qué la situación de un compatriota durmiendo en la calle semanas, sin comida ni dinero, no lo es. Por qué comprar un pasaje a Mendoza desde Santiago, 13 mil pesos chilenos, menos de 100 pesos Argentinos, no lo pudieron hacer ellos. Quizás podrían ahorrarse el gasto de tener celulares de emergencias de dudosa efectividad. Y explicar por qué, conociendo la situación de Juan Domingo Canabiri los funcionarios del consulado Argentino en Santiago de Chile, no hicieron nada al respecto.

viernes, 9 de julio de 2010

Carta abierta a la Senadora Higonet

Planeaba enviarla por privado a su mail, pero rebotan los mails, su facebook está bloqueado para poner comentarios, así que no me queda más que ponerlo acá y esperar que lo llegue a leer:

Estimada Senadora;

Seguramente ya ha recibido muchos mails sobre este tema. Pero la verdad yo también tenía ganas de decir lo que pienso y siento, no enviándoselo a todos los senadores copiando y pegando lo mismo, porque ese tipo de mensajes son fáciles de desechar. Le escribo a usted sabiendo que es una de las llamadas “indecisas” en el tema, y a partir de mi cercanía con la provincia que usted representa en el senado. A pesar de yo ser marplatense, de mi lado materno toda la infancia la vivimos entre General Pico y Paso, por lo que siempre hubo una mezcla de identidad entre que si éramos bonaerenses o pampeanos, cuando en realidad, en esas zonas del oeste bonaerense, los límites entre ambas provincias se pierden, y todos pasamos a ser pampeanos por ser todos de la Pampa seca, no necesariamente de la provincia. Ni le cuento la indignación de mi mamá y mi abuela, cuando en el bicentenario en el desfile de las provincias no marchó La Pampa. Que por cierto, ¿Usted sabe a qué se debió?, ¡me ayudaría a aliviar la intriga con la que quedó mi madre!
Hace dos años que vivo en la ciudad de Buenos Aires. Podría haber estudiado en Mar del Plata, pero al igual que muchos otros chicos de mi edad, preferí huir a la gran ciudad.

No es fácil tener una orientación sexual diferente, en especial cuando tus alrededores son conservadores y muy tradicionalistas. Es el caso de mi familia por ejemplo, gorila a más no poder, y para variar les sale un hijo peronista y bisexual.
He oído mucho de algunos senadores o personajes públicos que dicen que la ley del matrimonio igualitario es una ley del puerto. ¿No se dan cuenta que acá no hay más homosexuales, si no que acá hay menos miedo de serlo públicamente? Lo que si hay es chicos como yo, que para no vivir con la reprimenda de sus familias, preferimos perdernos en el anonimato de la metrópolis antes que ser el “puto del pueblo”.
Y eso que yo soy de Mar del Plata, que no es nada comparado con otros lugares como Bahía Blanca, Santa Rosa o muchos pequeños pueblos pampeanos. Si las provincias “del interior” se oponen tanto a que tengamos los mismos derechos que las parejas heterosexuales, ¿Por qué querríamos quedarnos allá? Donde la Iglesia, que representa la religión con la que la mayoría fuimos criados, nos tilda de violentos, promiscuos, enfermos, enviados del demonio…

Senadora, yo nunca elegí mi orientación sexual. Uno de los problemas más grandes en toda la discusión de este tema es que se habla de “elección sexual”, incluso muchas personas (en su mayoría heterosexuales) que defienden el proyecto.

Usted seguramente no eligió ser heterosexual, yo definitivamente no elegí que me gusten los hombres. Se dio, Dios quiso que así fuera. Dudo que alguien del interior eligiese ser gay, sabiendo la discriminación que le va a tocar sufrir.
Y por que me gusten los hombres, no soy ni mejor ni peor persona que alguien heterosexual. Soy alguien que puede ser igual de bueno, e igual de malo, que alguien heterosexual.
Y lo mismo con quien yo pudiera estar de pareja.
De hecho lo estoy, hace casi 2 años ya. Soy joven todavía, pero me encantaría poder casarme con él, pedirle matrimonio, y quién sabe, quizás tener un hijo.
Pero hasta ahora, las leyes de mi país no lo permiten. En realidad sí, él o yo podríamos adoptar a un chico, pero si uno de nosotros falleciera, el otro no podría tutelarlo ni nada, y mi hijo perdería los derechos que tiene el hijo de cualquier otra pareja heterosexual.

Esta es una ley que le da derechos a mi potencial hijo de estar protegido en caso de que uno de sus padres fallezca. La adopción monoparental está permitida ya, hemos visto en los medios este año ya de varios casos así.
Y así como está permitida la adopción monoparental, existen miles, millones, de madres solteras, de viudos y viudas, de personas que por distintas razones han tenido que criar a sus hijos solos.

Esto lo digo, porque cuando no atacan la ley acusándonos de enfermos, lo hacen diciendo que buscan defender el derecho del niño a tener una madre y un padre.
¿Entonces deberían prohibirse las madres solteras? ¿Los viudos? Cuando me hablan de figura paterna y materna, veo que ya existen millones de familias donde estas funciones estructuralistas no se encuentran, o uno de los padres cumple ambas funciones. Una madre soltera que cría a su hijo contra viento y marea, ¿me va a decir que necesariamente cría a su hijo mal? Entonces, ¿Cuál es el problema, de que una madre críe a sus hijos junto a otra madre?

Cuando chico, mi primer amor, mi primera novia, se llamaba Teresa. Era, es en realidad, la menor de 7 hermanos. Sus papás se habían separado –luego su padre falleció-, y vivía sólo con su mamá, y con una “amiga” de su mamá, Rosa. Claro, era su pareja. Y mi noviecita, en ese entonces, y todos sus hermanos, crecieron y fueron criados igual de bien que yo o mis otros compañeros de la escuela.
Ahora, si la mamá de Tere hubiera fallecido, ¿qué hubiera pasado con ella y sus 6 hermanos? Legalmente a Rosa no le hubieran reconocido nada sobre los chicos que crió y vio crecer con su pareja.

Estas situaciones existen. Y el Estado tiene que proteger a los chicos. Si la mamá de Tere hubiera fallecido, ¿Quién hubiese sido mejor que siguiera viviendo con los chicos? ¿Rosa, que vivió con ellos toda la vida, o que hubiesen quedado huérfanos y a la suerte repartirse entre sus tíos u orfanatos?
Y que por cierto, los 7 son todos heterosexuales. Porque luego dicen que los gays harán que sus hijos sean gays, ¿Acaso yo lo soy porque mis padres lo son? ¡Claro que no!
Lo que uno sí transmite a sus hijos son los valores. Y el respeto al otro, el amor a la igualdad y justicia social es el que a mí me gustaría transmitir a los míos. ¿Pero acaso los podré tener?

Encuentro triste, ver que por ejemplo, sí podría tener esto derechos en otro país. Podría irme a Holanda, a España (¿¡Que acaso Evita no tomaba como gran ejemplo cultural!?), ¡a Sudáfrica inclusive!
Pero yo amo mi país. Yo quiero que mis hijos crezcan en este suelo que me vio crecer, no quiero huir para que tengan más derechos. Me parece triste pensarlo. ¿Vio, por ejemplo, que algunos chinos salen de China para tener más de un hijo? ¿Yo voy a tener que salir de Argentina para poder tener uno que tenga todos sus derechos asegurados?

Me interesaría saber cuál es su posición frente a este tema. Yo ya le di mis argumentos. Estoy sumamente nervioso por la votación del miércoles, le soy sincero. Tengo miedo de pensar que si la ley no sale, todos los agravios que se han hecho contra las personas como yo van a ser justificados. Que nos pueden llegar a dar una “ley especial”, como se proponía para el voto femenino.

Las minorías nunca vamos a ser respetadas del todo en la sociedad si el Estado no nos respeta y nos reconoce como iguales. No quiero que la discriminación esté amparada por la ley. Mis bisabuelos emigraron a la Argentina desde España buscando un mejor futuro, y esta tierra les dio futuro, libertad y prosperidad. Yo quiero que esta tierra me de igualdad, o tendré que lamentar eternamente que mis antepasados hayan venido acá en vez de quedarse en España donde tendría más derechos que los que el Estado me ampara acá.

Le mando un saludo fraternal,
Diego Elías.